(Judith Martínez y Kevin Robalino)
Todo empezó un diecisiete de junio. Christal y John, empezaron aquel bonito día terminando de preparar las maletas, con los nervios del inminente viaje a flor de piel. Se dieron un último achuchón antes de salir por la puerta de su casa y dirigirse hacia el aeropuerto, y embarcaron por fin antes de la hora de comer.
Sobrevolaban justamente la zona del triángulo de las Bermudas, cuando empezaron las turbulencias. Se miraron aterrados los dos y se cogieron fuerte de la mano. Cerraron fuerte los ojos, y las lágrimas les rodaron por las mejillas sonrojadas a causa del calor y el sudor, ya que el avión cada vez estaba peor. Se iban a estrellar. Estaba claro, iban a morir, con la persona que amaban al lado, y todos sus sueños, ilusiones y planes de futuro se iban a ir junto a ellos sumergidos en algún punto del océano Atlántico, cerca del mar Caribe. Se desmayaron.
Christal abrió los ojos despacito, notaba los párpados pesados. Al ver el claro color azul cian que le rodeaba, creyó que estaba en el cielo, pero entonces, notó una leve presión en su mano derecha. Giró el cuello, sintiéndolo dolorido y agarrotado, y por el rabillo del ojo, alcanzó a ver como John empezaba también a abrir los ojos.
Todo había terminado. Christal sentía como la arena fina y blanquecina de la playa se le adhería al cuerpo. Tanto en su mente como en la de John, se estaban produciendo un sinfín de preguntas sin respuesta que tarde o temprano terminarían por atormentarles, y a cuál de ellas la más notable: ¿dónde estoy?.
En cuanto sintieron que tenían la suficiente fuerza tanto física como mental para alzarse y hacer frente a la situación que estaban viviendo, se levantaron, no sin esfuerzo, y pudieron observar la inmensa pureza y belleza del entorno que les rodeaba. Aquello de ninguna de las maneras podía ser real. Lo miraran por donde lo miraran no se lo podían creer. Ninguno de los dos se atrevió a decir ni una sílaba hasta que a John se le escapó un alarido de asombro, que sonó al principio un poco gutural, a causa de la sequedad de su garganta. Aquel lugar era realmente precioso. Era una larga cala, de arenas tan blancas que contrastaban con el tono de sus pieles, y al final de la cala, una extensión de plantas tropicales de mil colores, de las cuales no se podría decir cuál era la más bonita. Las plantas estaban plagadas de flores aromáticas que añadían al lugar un ambiente acogedor. Pero a pesar de todo eso, la belleza aumentaba conforme extendían la vista hacia el mar. Ambos giraron la cabeza al mismo tiempo hacia allí donde el agua bañaba sus pies .El agua era tan transparente y cristalina, que se podía ver hasta el más mínimo grano de arena dentro del agua, en el fondo, reposando, se divisaban conchas y caracoles de formas increíbles.
Cuando lograron deshacerse del encanto del entorno que al principio les pareció tan hostil, ambos se miraron a los ojos. Juntos intentaron recordar todo lo que acababa de suceder, desde que salieron de su casa hasta llegar aquí, y llegaron a la conclusión de que los extraños sucesos, tardarían mucho tiempo en ser resueltos.
Pasados tres días, John y Christal, habían conseguido construir un pequeño refugio con ramas de árboles tropicales, cáñamo y varios materiales que encontraron por la selva cerca de la playa, y se alimentaban de vayas, cocos y algunos crustáceos que encontraban pegados a las rocas. Al encontrarse ya con la escueta cabaña terminada, empezaron a darse cuenta, de que necesitaban retomar el contacto que se había perdido entre los dos, por las profundas selvas de aquel paraíso tropical. Llegado el cuarto día, al atardecer, Christal y John estaban sentados en la playa, al lado de la hoguera que habían construido días antes, mirando al horizonte con añoranza. Fue entonces, cuando empezaron a hablar de su relación, y se dieron cuenta de que después de todo, eran dos adolescentes de diecisiete y dieciocho años, solos y sin ningún tipo de control.
Aquella situación había creado un ambiente morboso entre los dos. John, se levantó, y fue a sentarse al lado de Christal.
-Chris, miremos lo positivo de esta historia, estamos solos, y no sé tú, pero yo te sigo amando igual o más que antes de llegar aquí. ¿Tú qué opinas de todo esto?, te quiero.
John se quedó sentado mirándose los pies con timidez, cuando Christal le cogió el rostro con las manos, y acariciándole, le dijo: - yo también te quiero, no sabes cuanto he esperado este momento.- y le besó tiernamente en los labios.
-¿Estás segura de que quieres hacer esto Christal?, ¿y ahora?.
-Completamente.- le respondió tirándose a sus brazos.
Entonces, John la cogió de la cintura, y lentamente y con dulzura, empezó a quitarle la fina camiseta dejándole el torso al descubierto, mientras se besaban cada vez con más pasión. Unos besos llenos de amor y de cariño, pero en los que se empezaba a desnudar, al mismo tiempo que ellos, necesidad el uno del otro, y desenfreno también.
Pasaron la noche juntos, durmiendo tan pegados que parecían uno solo, y así descubrieron la aventura del amor, dejándose embargar por cada uno de sus placenteros misterios.
Estuvieron durante semanas arreglándoselas como podían, pero llegó un momento que tanto el refugio como la comida, que ya empezaba a escasear, eran insuficientes, y decidieron armarse con los instrumentos necesarios que tenían y adentrarse en la selva en busca de cualquier cosa que pudiera serles útil para vivir mejor, en un viaje que podía durarles varios días.
Por si después de varios días no encontraban nada de utilidad, llevaban una bolsita de ropa, llena de las conchas más grandes que habían encontrado en la playa, que iban dejando de rastro, en lugares estratégicos para seguirlas a la hora de volver.
Pasaron según sus cuentas cuatro días andando sin parar, descansando sólo unas pocas horas cada día, cuando divisaron entre lianas y ramajes, una pequeña casita, camuflada en la verdor y la espesura de la selva. La casa, no tenía ni punto de comparación con su pequeña chabola de la playa. Estaba construida aparentemente con las paredes de alguna especie de helicóptero o algún símil, y tenía un aspecto robusto y estable, con pinta de poder aguantar con facilidad cualquier monzón que a ellos les habría hecho tener que reconstruirlo todo. Era un milagro, esa casa era justo lo que necesitaban, y para colmo, por lo visto tenía hasta chimenea. Era ideal, tenían que conseguirla como fuera.Decidieron acampar cerca de allí para reponer fuerzas del cansado viaje y al día siguiente al alba, tenían planeado entrar. También se plantearon la posibilidad de que alguien ya estuviera viviendo allí, pero de cualquier forma, necesitaban reposar.
Cuando el sol empezaba a despuntar sobre las copas de los árboles, entre sueños, los dos oyeron un sospechoso ruido demasiado cerca de ellos, y abrieron los ojos sobresaltados.
Al abrirlos se encontraron con un hombre delgado, de ropajes sucios y rasgados apuntándoles con un rifle.
-¡¿Quiénes sois y qué hacéis aquí?!. Gritó el hombre en un tono hostil.
Con esto, Christal se cogió rápidamente al brazo de John, y con la voz temblorosa, dijo:
-Perdone señor, pero es que verá, llegamos aquí después de un accidente de avión no sabemos cómo y necesitamos un refugio y pensamos que tal vez usted...
-¡Basta de charlas! No me interesan vuestras habladurías, pero como llevo varios días sin cazar ni comer nada, puede que me seáis útiles después de todo.
Christal y John se miraron aterrados, y las lágrimas de ambos parecieron ponerse de acuerdo para salir al mismo tiempo.
Después de decir aquello, el hombre les ordenó entrar en casa, encerró a Christal en una jaula de caza, y allí le daba de comer todos los días algo de lo que mandaba cazar a John a la selva, amenazándola de que si no comía nada, la mataría de un disparo.
John tenía claro que debía hacer algo para que el hombre no se comiera a Christal, pero con cualquier movimiento en falso que hacía, al viejo le faltaba tiempo para alzar el rifle hacia él.
Un día en el que por fortuna, un inmenso jabalí se cruzó en el camino de John en una de sus partidas diarias de caza, apareció de repente la solución a sus problemas. Lo cazó, y utilizando los conocimientos que había adquirido sobre plantas comestibles y venenosas en el tiempo que llevaba allí, encontró una mata con una planta de flores de un color lila oscuro que conocía muy bien, y que sabía perfectamente que causaría la muerte del viejo si la ingería. Así que la arrancó y la introdujo por la boca del animal muerto hasta que le llegó hasta bastante profundidad para ser una parte comestible del jabalí.
Cuando llegó a la casa con su trofeo, el hombre estaba tan emocionado que le ordenó cocinarlo de inmediato. Así lo hizo John. Y cuando el viejo se hubo terminado todo el jabalí, sólo pasaron cinco segundos antes de que empezara a enpalidecer.
Una vez muerto, John cogió las llaves de la jaula de Christal, del bolsillo del hombre y corrió a sacarla de allí. Cuando abrió la jaula y le hubo explicado todo lo sucedido, Christal se le abalanzó a los brazos y empezó a llorar.
-No sabes el miedo que he pasado John.
-¿Pero de verdad creías que iba a dejar que ese viejo te devorara?, estas loca Chris, te he echado de menos pequeña.
Y entonces John la cogió en brazos y la besó tiernamente.
Durante los días siguientes, estuvieron recobrando fuerzas dentro de la casita, y enterraron al viejo a unos metros de allí. Cuando hubieron descansado, decidieron que preferían vivir en la calita donde empezó todo, además de que era un lugar muchísimo mas bonito que aquel, y les haría olvidar todo lo sucedido, así que aunque tardaron bastante, transportaron entre los dos la casita pieza a pieza hasta la orilla del mar.
Y allí estuvieron viviendo, felices, hasta que semanas después John notó que Christal estaba ausente, y parecía preocupada. Fue a sentarse con ella a la orilla del mar y durante un buen rato se quedaron mirando los dos al horizonte como les encantaba hacer desde que se conocieron.
-Christal, sé que hemos pasado por momentos muy duros, y entiendo que puedas estar preocupada por tu familia y...
-No es eso John- le cortó ella- mira, no sabía si decírtelo o no, porque es una estupidez, pero...
John vio que Christal empezaba a llorar y la acurrucó con ternura entre sus brazos.
-Vamos Christal, sabes que puedes contármelo.
Christal alzó la cabeza y le miró profundamente a los ojos
-John, se me ha retrasado el periodo más de una semana
Él empalideció al instante.
-Bueno, no te preocupes, hemos pasado muchos nervios y un retraso puede ser por cualquier cosa, tú estate tranquila y relajada y ya verás como todo se arregla- le sonrió con dulzura.
-No, no creo que se solucione Jony, ya llevo tiempo que noto que algo está cambiando. Me siento extraña, y he engordado cuatro quilos en menos de una semana. Mira John creo que estoy embarazada.
Se miraron fijamente a los ojos durante unos segundos y John empezó a llorar también.
-No te preocupes Christal, no voy a dejar que te pase nada.
Con el tiempo, empezó a hacerse evidente el estado de Christal, pero a pesar de ser sólo unos adolescentes, cada vez estaban más ilusionados con el embarazo. Y allí permanecieron, en la calita a la que llamaron, “La cala de la luz”, esperando con impaciencia que pasaran los meses, y amándose con el amor tan pasional del primer día, y el cariño de toda la vida que les quedaba por delante, a ellos y a su hijo. FIN
